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Opinión-Editorial
BUSCANDO EL PORQUÉ DE EXTREMADURA

Cuando Extremadura estaba bien comunicada

25 de Octubre | 14:10
Cuando Extremadura estaba bien comunicada
Hubo un tiempo en que el actual territorio extremeño estuvo bien comunicado. Incluso podríamos atrevernos a decir que Extremadura (antes de conformarse como tal) fue una de las regiones mejor estructuradas de la península Ibérica. Todos los caminos llevaban a Mérida.

No se extrañen, pues en aquellas áreas de las cuencas medias del Guadiana y del Tajo confluyeron diversos pueblos (tartesio-túrdulos, lusitanos, vettones y célticos) y rutas (comerciales o no) que enlazaron el norte con el sur ibérico y el Atlántico con el Mediterráneo. Esto se tradujo en la enorme riqueza cultural que Extremadura atesora por todos sus costados, uno de cuyos mejores ejemplos son los restos tartésicos de las comarcas de La Serena y Vegas Altas, zonas de unión entre las sociedades del Guadiana y las del Guadalquivir.

Los romanos se dieron cuenta de esta condición geoestratégica y vertebraron todo el occidente peninsular en torno a una ciudad de nueva creación, Emerita Augusta, administradora a partir de entonces de la extensa provincia de la Lusitania. Con el paso del tiempo la capital lusitana llegaría también a ejercer de cabeza de la Diocesis Hispaniarum y su relevancia continuaría en la etapa visigoda, como segunda ciudad política (tras Toledo) y centro religioso de peregrinación a la Basílica de Santa Eulalia.

Las calzadas de enlace con el valle del Guadalquivir al sur, con la urbs regia toledana al este, con el norte por la llamada posteriormente “de la Plata” y con el resto de Lusitania al oeste, hicieron del territorio organizado en torno a Mérida uno de los mejor comunicados de Hispania. Basta con asomarse al puente romano emeritense, al extraordinario puente de Alcántara, los restos del de Alconétar o a la calzada que atraviesa Cáparra para reconocer aquella estructuración lusitano-extremeña.

Pero la península terminaría por fraccionarse en dos mundos contrapuestos (al-Andalus y los reinos cristianos norteños) y el occidente se convirtió en tierra de frontera, ora insegura, ora llena de oportunidades. Y así continuó después de quedar integrada la zona en los reinos de Portugal, León y Castilla. Algunas ciudades como Trujillo y Plasencia, y en menor medida otras, gozaron de alguna prosperidad urbana y territorial en la Edad Media e inicios de la Moderna. Por su parte, la entidad poblacional extremeña más importante, Badajoz, sufriría más que ninguna otra por aquella condición fronteriza. Extremadura fue, al igual que Alentejo, el campo de batalla de las enemistades hispano-portuguesas durante los siglos XIV y XIX. Y nadie parece querer solventar aquella circunstancia histórica, por lo menos en la práctica.

Donde los antiguos romanos supieron ver las posibilidades que ofrecían las confluencias e influencias de pueblos y rutas diversas en las cuencas del Tajo y del Guadiana, augurios que se cumplieron en el florecimiento emeritense y lusitano, los extremeños y españoles no hemos considerado las nuevas posibilidades que brinda hoy día, especialmente, la frontera con Portugal. Las limitadas comunicaciones con el vecino portugués, al igual que con otras regiones españolas, mantienen a Extremadura aislada o, cuando menos, como en el siglo XIX. Quizá el puente de Ajuda, en Olivenza, represente como ninguno el histórico desencuentro de unos territorios que por algún tiempo estuvieron unidos.

Pero la culpa no es (solamente) del gobierno central de Madrid, sino, sobre todo, de los propios extremeños por aceptar sin más el cierre de las vías ferroviarias “de la Plata” hacia el norte o la del “tren Lusitania” hacia el oeste (nombres éstos, por cierto, que simbolizan la estructuración histórica de estas tierras). Nos conformamos igualmente con tan solo ver el esqueleto del AVE sin saber si algún día tendrá vida. O con tardar un tiempo infinito en llegar a Madrid o Sevilla, como si aún estuviésemos en la época del “bicho negro” (el ferrocarril) de Luis Chamizo. Nos conformamos con que nos prohíban emprender en energía solar, con que nuestros productos se manufacturen fuera de la región, con recibir algunas migajas del turismo nacional e internacional o con obtener algunas subvenciones. Tendremos que conformarnos también, entonces, con seguir viendo emigrar a los jóvenes extremeños en busca de oportunidades en el exterior, como hicieran Hernán Cortés, Francisco Pizarro o Meléndez Valdés, pues si algo ha exportado enormemente Extremadura alguna vez ha sido gente.

No miren en el cajón de las ideas de su partido político favorito, decidan por ustedes mismos si hay motivos para reivindicar o no un ferrocarril digno.


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