Pongamos que durante meses se ha promocionado “el primer móvil 100% extremeño”, “el competidor del iPhone”, “¡tiembla Apple!” . Son algunos de los titulares de noticias en redes y medios. Sus presuntos creadores fueron recibidos en la sede del Gobierno regional por el Presidente de la Junta, comparecieron ante los periodistas, fueron entrevistados, se ponderó su capacidad, su entusiasmo, su originalidad, su espíritu emprendedor – ah, he aquí la palabra fetiche: “emprendedores”; no hay alcalde, teniente de alcalde, presidente de diputación y aún triste empleado de tercera en la emeritense Plaza de San Juan que no se le haga la boca agua ante su deletreo: he aquí a un em-pren-de-dor. Ecce homo emprendedensis -.
Por supuesto la empresa llamada a crear en Extremadura un Silicon Valley obtuvo las oportunas subvenciones públicas y durante meses se vivió un sueño. Hasta que se descubrió que el milagro consiste en un terminal fabricado en China, con sus componentes 100% chinos, con alguna adaptación leve para darle una pátina del verde, blanco y negro pero que, en esencia, no deja de ser un modelo que cuesta 100 euros sin bellota mordida y 300 si lo tuneamos con tan llamativo eslogan. Y oigan, uno es extremeño y mucho extremeño, pero no hay bellota que justifique pagar por ella 200 euros de más.
En todos estos meses ninguna autoridad buscó la fábrica donde se hacían los supuestos componentes del terminal 100% extremeño. Solo había tiendas. El dinero público se destinó a sufragar las mismas y poco más.
Conste aquí mi admiración por los autores de la enorme broma. Uno siente debilidad por ciertos malos, más simpatía por la Reina Grimhilde que por Blancanieves, por la Bruja Mala del Oeste que por Dorothy y por supuesto fan de Dart Vader sí o sí. El original, claro, no la patética versión de los llamados episodios I, II y III... ¿Quo vadis, Georges Lucas? Y ya de Disney, mejor ni hablemos.
El caso es que yo alabo la capacidad de estas dos personas – los malos del momento en varias tertulias televisivas - de ponernos a todos en solfa y haber mantenido durante meses una especie de versión tecnológica del mito de la estampita. Nos lo creímos porque hace tiempo que tenemos atrofiado el necesario espíritu crítico y basta con decir “es de la tierra” para que todo el mundo asiente con la cabeza diciendo: “y es bueno”. Pues no, tal vez no. Puede ser de la tierra y sin embargo ser malo, puede ser un mal vino o esa cerveza artesanal castúa puede resultar demasiado cara. Empecemos a dudar, a superar ese cierto provincialismo en el que llevamos tiempo instalados.
Cierto que, por una vez, los extremeños subimos al podio de los caraduras, a fin de cuentas pensábamos que las afinsa, las tarjetas black o el 3% de los puyol solo son posible en Madrid o Barcelona. Pues no. También nosotros podemos ser creativos.
