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Los puentes hacia el mundo de la idealización

3 de Octubre | 11:50
Los puentes hacia el mundo de la idealización
La vida nos arrastra por senderos peligrosos, caminos escarpados que rodean las montañas de nuestra propia enajenación. Esos senderos de los que hablamos confluyen todos hacia un lugar oscuro de nuestra forma de ser, allí donde subyacen los deseos más desenfrenados del comportamiento humano.

No es fácil llegar a ese recóndito espacio tan aparentemente alejado de la razón, pero una vez que lo alcanzamos y nos sumergimos en el océano de las pasiones mundanas que todo lo inunda en ese lugar remoto, la sapiencia, quietud y el sosiego, virtudes que sostienen a la racionalidad en si misma, acaban sucumbiendo a los brazos del mundo genuino de los sentimientos arcaicos, más próximos a los instintos animales que a otra cosa, aunque sorprendentemente, y a pesar del delirio incontrolable que experimentamos cuando caemos rendidos a su embrujo, en nuestro interior, aparece un estado de plenitud que nos empuja hacia él de manera incontrolable.

Es el mundo de la idealización, el estado artificial y transitorio (dionisíaco) que abrazamos cuál analgésico con el que tratamos el dolor experimentado por el propio inconformismo que sentimos frente a las imperfecciones de nuestras vidas.

Podemos afirmar que nuestra existencia es una continua búsqueda de vínculos que nos lleven hacia ese lugar en el que habitan los arquetipos, ya que ellos son el alimento del alma y los que realmente fijan nuestros objetivos en la vida.

Este proceso consiste en una constante en nuestro devenir por el mundo, una lucha continua por construir puentes que nos permitan llegar a ese Dorado en donde se ocultan los sentimientos que manan de la idealización, ya que anhelamos disfrutar del frenesí de las pasiones que duermen ahí en espera de ser evocadas, y que sólo despiertan cuando cruzamos la frontera hacia el mundo de la idealización. Del mismo modo, sabemos que es insano vivir eternamente en ese estado de excitación continua del mundo de las pasiones, y que por lo tanto, debemos retornar en algún momento hacia el de las formas, es decir, la vida de los hechos cotidianos. De no ser así, podríamos perdernos para siempre en un páramo de ilusiones que nos arrastrarían hacia la locura.

Los puentes son por lo tanto los que nos dan el equilibrio necesario para poder vivir nuestra realidad con una cierta dosis de idealización, y por ello asignamos un valor sobredimensionado a los hechos puntuales, acontecimientos, personas y todo aquello que nos conduce hacia el mundo abstracto de los arquetipos (estos son los puentes de los que hablo, realmente), sobre todo cuando nos han permito ya llegar en algún momento hacia la plenitud del ideal. Cuando esto ocurre, perdemos la concepción de la realidad puesto que el éxtasis de la idealización nubla cualquier pensamiento racional que nos haga ser conscientes de la verdad de las cosas. Llegamos a confundir los propios medios (los puentes) que nos llevan a esa felicidad idealizada con el fin en si mismo. El ideal pasa por lo tanto a convertirse en puente y el propio puente en ideal. Esta inversión de roles es dramática para nuestro estado emocional, y puede llevarnos a sufrir lo inimaginable cuando los puentes se caen ante nuestros ojos. En ese momento, llegamos a creer que ya no habrá más idealización en nuestras vidas, que quedaremos sumidos en la oscuridad del mundo de las realidades tan repleto de sufrimientos, pero esto es un error de cálculo de magnitudes colosales.

Debemos aprender a manejar esa situación y ponderar las importancias de cada cosa en su justa medida. Es muy fácil caer en tergiversaciones como la que hoy propongo, que no hacen más que atormentarnos. Yo busco respuestas a estas y otras muchas cuestiones que tienen que ver con nuestra forma de ser dentro del mundo de la filosofía. De ahí he sustraído una manera de ver el mundo que me está ayudando a crecer como persona, puesto que empiezo a conocerme a mi mismo de una manera diferente a como lo hacía antes.

Yo creo en un principio que proporciona la fuerza necesaria para solventar el drama que nos supone la caída de los puentes hacia el idealismo; para mi el secreto está en la voluntad de poder, el principio filosófico que aboga por la capacidad que tiene el ser humano para revelarse ante la adversidad en cualquiera de sus manifestaciones, y que en este contexto, se materializa en la superación de la angustia que supone la ruptura de estos vínculos que nos unen con el idealismo. Así mismo, creo en mi propia capacidad de superación, aquella que me lleva a afrontar los retos que me brinda la vida cada vez que uno de estos puentes se desmorona ante mis ojos, y que me obliga a levantar con mis propias manos otro nuevo mucho más robusto y duradero. No obstante, si éste acaba sucumbiendo igualmente a las corrientes circulares de la vida, mi convicción en la voluntad de poder me ayudará a estar preparado para volver a empezar de nuevo.


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