Se creyó a salvo de él, aunque, aún no se atrevía del todo a pronunciar su nombre. Temía que con sólo susurrarlo volviera a aparecer de nuevo y opto por un silencio autoimpuesto. Borró las palabras de su boca y de su memoria, con el único fin de construirse un sigiloso refugio, donde no temblar de puro miedo. A veces, su eco acudía envuelto en un tormentoso recuerdo…
Él, llamándola en mitad de la noche con esa voz de terciopelo, suave muy suave, apenas un leve sonido, pero, lo bastante fuerte para helarle el alma.
Lo sentía omnipresente sin llegar a verlo. Quería gritar, moverse, salir corriendo, pero su voluntad estaba perdida por completo, su consciencia se fundió en el más tenebroso negro.
Sacude de su mente las vivencias pasadas, la tenue luz del sol dio paso al alba. De un salto se incorpora de la cama, con la sonrisa de siempre, la rutina diaria. Mirá su figura en el espejo, ningún cambio por fuera, no sabe que él está dentro. No oye su sonido leve…
Ignora que lo tiene dentro, llegó a través del sudor frío que le bañaba el cuerpo, hasta meterse en su sangre. Cada célula de su ser le ordena:
Coge un cuchillo, quiere pelar una manzana. Su mano empieza a quitar la piel, despacio muy despacio. Un olor a cobre inunda la estancia. Ella sigue avanzando, la afilada hoja metálica no para. Caen los pellejos, girones de carne, le siguen los músculos hasta llegar al hueso. El miembro desnudo de cinco dedos se aposenta en su regazo, parece un niño desamparado. Continua con el brazo, lo mismo de antes, rasura lento muy lento, apesta a sangre. Se dirige al espejo, acerca el filo a las cuencas. Sonríe por última vez a la imagen de ella, ignorando que él está dentro. No escucha…
Extrae un ojo, después el otro, la oscuridad manda y se apodera por entero. Quedan esparcidos sus restos, de lo que fue ella con él dentro. Reina el silencio apenas roto por un escaso ruido…
- Ven conmigo… ven, soy yo no te acuerdas. El paciente 200, al que tenías que operar una mano para curar mis músculos y huesos. Estabas tan borracha que en lugar de eso me dejaste ciego, como no pude soportarlo me arrebate la vida, pero, mi espíritu herido ha satisfecho su venganza, ya eres mía, ja ja – rió con una cruel carcajada.
Se creyó a salvo, aunque ya no lo estaba, ahora tendría que pronunciar su nombre.
FIN
Para Cristina.