Anselmo… despierta

¡Anselmo… despierta!

Y abrió los ojos, obediente al grito de esa voz. Se aferró a ese sonido para escapar de la mano de hierro que, muy lentamente, le apretaba sin misericordia los pulmones. Oía los penosos pitidos que éstos emitían y le parecieron, el triste llanto de unas plañideras.

Lloraban por todo lo que se les iba en cada bocanada, en los intentos de respirar e inspirar, un segundo más de vida. Uno, dos, querían llevar la cuenta del escaso aire. Uno, dos, ya casi agonizantes volvían a perderla.

Giró la cabeza, sabiendo lo que había a lo lejos, sin duda allí estaban ellos y ella, reposaban desde hacía mucho en la chimenea. Los antiguos rulos de la cabeza, la bata imitando a la seda, las zapatillas acolchadas, los restos de lo que fue Fulgencia.

De pronto, sus cenizas forman una figura horrenda, recorre el pasillo en invisibles pasos que no dejan huellas, mientras, cada mota grisácea de su espectro le increpa:

Quiero verte sufrir, oír tus pobres intentos de respirar e inspirar. Uno, dos, quieres llevar la cuenta, uno, dos, vuelves a perderla. Contemplar tu rostro que, poco a poco, se ira tornando rosa purpura mientras los ojos se te salen de las cuencas. ¡Sí!, mi ser no lo duda ni un momento, deseo quitarte despacio la existencia. He vuelto desde el más allá para ejecutar mi venganza, vestida de polvo gris.

El pobre hombre nota como el corazón late despacio, la vida huye en lentos borbotones, pero de pronto, otra vez, un sonido familiar le reclama.

¡Anselmo… despierta!

Y abrió los ojos, obediente a la voz de ella.

Fulgencia, lo mira con una extraña sonrisa. Él tiene miedo, no sabe con certeza, si está viva o muerta.

FIN