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Rumores…

30 de Agosto | 11:02
 Rumores…
Un grito desgarrador hizo girones el silencio de la noche. Una figura menuda y pálida, corría despavorida hacia el sonido de una voz que la llamaba insistentemente.

  • Corre Matías, corre – le suplicó muerta de miedo.
  • ¿Dónde estás Claudia?, no te oigo claro, por favor grita de nuevo – rogó el muchacho, mientras perdía el aliento.
  • Estoy aquí, detrás del gran roble.
  • Ya te veo, ya te veo.
Los dos niños se fundieron en un abrazo, compartiendo lágrimas, sudor, liberación por estar de nuevo juntos y pánico.

  • Dime, ¿los has visto? –preguntó Claudia un vez que se deshizo de los brazos de Matías.
  • Sí.
  • Son cómo dicen los rumores.
  • No, me parecieron mucho peor.
  • ¿Por qué?
  • No lo sé exactamente, pero un escalofrío me recorrió al verlos. Tal vez fueran sus caras blanquecinas, la tensión violenta en sus manos, las piernas, en el cuerpo entero. Arrastraban los pies de una forma extraña, como si todo les pesara demasiado – concluyó el niño su relato. En él se mezclaban a partes iguales el horror y la tristeza.
  • ¿Se han dado cuenta de tu presencia? – siguió preguntando la niña.
  • Creo que no, simplemente, porque son unos incrédulos y ya no creen en nada.
  • Por la forma en que los describes, me dan más pena que espanto – afirmó melancólica Claudia.
Echaron una última mirada a aquella siniestra casa, donde habitaban ellos. Su silueta cruel recortaba a la luz de la luna era enorme, aunque se le notaba la misma dejadez, que padecían sus habitantes. Un abandono evidente que no hacía otra cosa más que, acrecentar las habladurías…

Contaban de ella que por las noches, se podían ver unas sombras moverse por todas las estancias, escuchar llantos espeluznantes y ruidos inexplicables, pero, lo que más horror daba, eran esos ojos brillantes sobre el escaso negro. Escépticos, carentes de alegría, dos pares de cuencas pertenecientes a los que allí moraban, los cadáveres.

Generación tras generación, la leyenda ha ido creciendo y se consideraba un acto de valentía, el acercarse a esa mansión funesta. Aquellos niños no quisieron ser menos, aunque les acompañaba más la tristeza que la dicha, en su camino de vuelta.

  • ¿Matías?
  • Dime Claudia.
  • Aún no te lo he preguntado.
  • ¿El qué?
  • ¿Son ciertos los rumores?
  • Sí, nosotros seremos los verdaderos fantasmas, pero ellos están muertos en vida.
  • ¡Qué pena Matías! – volvió a repetir melancólica Claudia.
FIN.



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