El amor y la muerte

La conoció en una triste esquina de un oscuro callejón. Se la encontró tendida en el suelo, casi inerte y fría. Miró su juventud florida, marchitándose con sus últimas bocanadas de aire, de vida. Sus ropas negras incrementaban el blanco fantasmal de su cuerpo. Era la inocencia pura, frente a la maldad que él encarnaba. No supo por qué, pero el corazón se le encogió de puro amor.

De repente un sonido ronco se escapó de su boca doliente.

¿Quién eres? – preguntó ella asustada.
El caballero oscuro, la pena de todos, la alegría de nadie – contestó con verdadera tristeza.
¡Por fin, vienes a buscarme!
En realidad no tenía cita contigo.
Lo sé, no era mi hora, pero, yo me la busqué – pronunció estas palabras con determinación y coraje.

Dejó escapar el último soplo y cerró más que los ojos, sepultó su vida. Se fueron de golpe veinticinco primaveras cuajadas de lunas, de soles.

Nunca hasta entonces había estado más bella, que como en ese preciso instante, donde la parca la contempló, mientras, maldecía su suerte. Extraña fortuna la suya, ser lo perpetuo y enamorarse de lo que había sido tan breve. Un cruel castigo, una ironía, la eternidad de su existencia le serviría para rememorar, unos pocos segundos de fugaz dicha.

La cogió en brazos para ayudarla a cruzar al otro lado, grabando el recuerdo de ella en su alma sombría, como ese callejón donde la encontró tras la triste esquina.

Y la nostalgia le poseyó, porque aun siendo la muerte sintió que al abrazar su cuerpo, quería morir de amor.

FIN