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Cultura, literatura, historia, música

Martina y Adelaida

10 de Agosto | 12:18
Martina y Adelaida
Adelaida puso por fin la última sábana sobre el último espejo, de aquella enorme casa. Bajó con gran esfuerzo de la chirriante y oxidada escalera de mano. Sus desgastados meniscos por una feroz artrosis, dejaron escapar sesenta y cinco lamentos, uno, por cada año de su dueña. Las rodillas lloraban las lágrimas que ya no tenían los ojos de Adelaida, se habían quedado secos, a fuerza de convivir con la maldad disfrazada que residía en ella, su jefa. Oyó su voz suavemente aterradora, gritando su nombre, a través, de los rincones de la lúgubre mansión.

- Adelaida, ¿has acabado ya? - le dijo de forma malvada -.
- Si señora - le contestó la pobre sumisamente -.
- ¿Has tapado a todos y cada uno de ellos?
- Si señora.
- ¿Incluso los más pequeños?
- Si señora.
- Esta bien puedes irte a descansar, yo seguiré leyendo.
- Si señora.

Adelaida, cogió su viejo abrigo de paño y se fue lo más deprisa que pudo por el largo pasillo. Lo que antaño fue una diversión, en ese instante era una tortura. Los incontables espejos habían sido sustituidos por telas blancas, el corredor era una suerte de gigante espectral que, provocaba los más profundos miedos en la humilde criada, cada vez, que abandonaba la casa.

Todo comenzó desde que su jefa se había hecho su última operación de cirugía estética. Adelaida dejó de contar a partir de la número veinte, le pudo el aburrimiento y la falta de interés. Martina así se llamaba, empezó retocándose las arrugas, después la papada, luego se alisó el vientre, se subió los pechos y los glúteos, hasta completar un largo etcétera. Al final consiguió ser una ficticia veinteañera, que escondía a una real octogenaria. Estaba tan contenta que mandó poner infinidad de espejos por toda la galería, desde su habitación hasta la entrada. Noche tras noche se deleitaba mirando su reflejo casi adolescente, perdía las horas y el norte en mirar la imagen del otro lado, eso la llenaba de orgullo.

Pero una noche también...

Se dispuso a hacer su recorrido de siempre, feliz e inconsciente de lo que se avecinaba.

Al mirar su reflejo vio algo blanco, arrugado, una imagen sin brillo que esto le decía:

- ¿Qué has hecho conmigo? - gritó desesperada la mujer del espejo -.
- ¡Fuera, no sé quién eres tú! - dijo horrorizada la juvenil Martina -.
- ¿No te acuerdas de mí?
- ¿Debería?
- Sí - afirmó desde el otro lado del cristal la anciana.

Un grito de puro miedo hizo retumbar las paredes, un sudor frío recorrió los surcos de su cuerpo, por fin, se había reconocido. Una mujer de ocho décadas la miraba insolente.

-¿ Qué has hecho conmigo? - increpó la Martina octogenaria -.
- ¡Fuera, no te acerques a mí! - dijo horrorizada la Martina disfrazada de una chica de veinte.

La mujer joven, corrió con sus dos piernas viejas.

Ordenó tapar todo y cada uno de los espejos, no deseaba más torturas en lo que antes fue un deleite. Se encerró en la habitación, con la única complicidad de la lectura, a esperar a la muerte.

Paso un mes y dejó un juvenil y precioso cadáver.

Adelaida, volvió a llorar con los ojos y no con sus rodillas, su venganza se había cumplido...

Expulsó unas gotas de sal que brotaban de nuevo, por unas aberturas que se quedaron secas y es que, hasta eso se lo robó. Al igual que el sueldo al final de mes, operación tras operación. Su jefa se convertía en una preciosa flor, mientras Adelaida languidecía a fuerza de pasar hambre.

Puso fin a la situación...

Fue a un hipnotizador que le dijo lo siguiente:

- Cuando esté dormida entra en la casa, ve a su habitación, hablale tranquila: Señora, aquí le dejó un regalo, un libro llamado " El retrato de Dorian Gray", lo tiene que leer despacio.

Y así ocurrió.

Lo que Martina ignoraba, es que iba a vivir su propia fantasía. A la mañana siguiente, al despertar cando se mirará al espejo, vería su verdadero yo.

De esta manera la encontró la parca, agarrada a un libro, tras encerrarse en su habitación.

Fin


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