- ¿Han venido todos?
- Sí señor.
- ¿Seguro?
- La señora del abrigo verde se resistió, pero al final ha acudido.
- ¡Que empiece pues el espectáculo!
- ¿La pongo ya?
- No espera un poco vamos a disfrutar, deja que se acomoden es sus asientos…
La sala de cine “El último film”, abrió sus puertas repleta de gente para celebrar su inauguración. Todos y cada uno de los presentes, había recibido una invitación privada. Nadie pudo aguantar la tentación de ir, excepto un poco la señora del abrigo verde, pero al final acudió.
Aquella masa de personas, fue ocupando el lugar entretenidas en contemplar las hermosas lámparas, las paredes rojas, sus mullidas butacas, etcétera. Aspiraron ese inconfundible olor a nuevo, sintiéndose afortunados y dichosos.
Se acomodaron en sus asientos, las bombillas a medio gas. Un escaso minuto para la última mirada, un beso robado, el roce involuntario de las manos. Luces fuera y se dio paso a la conocida oscuridad.
La gran mampara blanca brilló espléndida, la película del “El último film” empezó a funcionar:
Una habitación a oscuras, el silencio roto por bocas que absorben la refrescante bebida…
De pronto en una esquina aparece un pequeño brillo, entre amarillo y azulado, nadie de dentro y fuera de la pantalla se percata. La luz crece alimentándose del oxígeno existente, ni una sola persona se da cuenta, dentro y fuera de la pantalla. Un humo asfixiante entra en escena, los presentes están impertérritos, fuera y dentro de la pantalla. Hace calor, muchísima calor. Ningún ser se queja, grita, se lamenta, dentro y fuera de la pantalla. Todo arde, la habitación es luz y densa niebla, pero lo peor es ese olor a carne quemada.
Al finalizar el incendio se hace el recuento: cientos de cuerpos carbonizados, no hay supervivientes. El negro impera, solamente, se distingue a lo lejos, lo que fue en su origen un abrigo aceitunado.
Cuando todos se han marchado y en el el más absoluto silencio de la sala, se oyen dos voces que no son humanas.
- ¿Guardo ya la película señor?
- Sí, por favor.
- Volveremos a abrir al mes que viene.
- Por supuesto.
- ¿Mando ya las invitaciones al cementerio?
- Sí, que tengan una ilusión y no se den cuenta de que en realidad están muertos. Sería una lástima que no vinieran.
- Exacto señor, la más astuta es siempre la señora del abrigo verde.
- Lo sé, pero aunque se resista, al final acaba acudiendo.
Los dos seres malignos se marchan riéndose a plena carcajada. Dejan atrás el lugar donde hace mucho tiempo, se quemaron vivos esa masa de gente. Nadie se percató del fuego y del humo, de que eran grabados mientras se les iba la vida, fuera y dentro de la pantalla. La explicación es sencilla: estaban drogados a través de la refrescante bebida.
Pobres cadáveres incautos, ya que, una vez al mes, se sienten dichosos y privilegiados por poder estrenar una sala de cine llamada: “El último film”…
FIN
