Aquella primavera

Porque quiero descubrirte que has sido y sigues siendo la razón de toda y tanta sinrazón como atesoro y despilfarro supuestamente en tristes tardes. Y otras en versos largos que pretenden deshojar margaritas imposibles y cervezas -donde a veces en cada trago me bebo algo de ti-.

Digo que siempre apareces y me sorprendes tratando de amor en los rincones para ocultar la timidez que me desborda. La impunidad que me mantiene para imaginar imaginándote. Sin líneas rojas infranqueables.

Y así me descubro y presento como viajero impenitente de la remotísima edad de los metales fraguados lentamente en los poros de tu morfología. En el atlas empapado de la lluvia que brota de tus finísimos dedos casi transparentes y que tanto me merecen. Pues tanto me reciben.

Venimos de la estación del frío. Lo sabemos. Donde con cuentos -“todos los cuentos”- intentaron dormirnos. Aunque conseguimos mantener el recurso callado de la memoria. Si bien estructurada en decretos-leyes y normas que todo lo argumentan y convienen. Que todo lo regulan permitiéndonos -condescendientes- algún que otro movimiento “allegro ma non troppo” dentro de este calentamiento global con programada fecha de caducidad improrrogable.

No obstante habrá que planear acabar de una vez y para siempre con las horas oscuras de la oscuridad:

vulgares rateras que pretenden robar de tus ojos negrísimos el nombre más bello de la luna llena y las melodías de Mozart que tu vestidito nuevo entonó sobre la hierba más verde. Aquel verde de entonces cuando aquella primavera!!! Tan cierta y siempre inventada primavera!!!.