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Opinión-Editorial

La lógica de la gratitud

11 de Julio | 13:02
La lógica de la gratitud
En matemáticas es muy importante la habilidad para discriminar. Saber ver las características comunes y distintas de unos objetos con otros. Cuando lo hacemos, sabemos un poco más del mundo que nos rodea, de sus clases genéricas, organizamos el conocimiento, lo ordenamos. Aprendemos.

"¡Vaya un asunto aburrido para un artículo!" -pensó- y se riñó un poquito: "¿quién ha dicho que la diversión tiene que existir siempre?. Pues entonces..."

Estaban en una reunión de colegas y, sin saber muy bien cómo, se había pasado de tratar asuntos académicos rutinarios, a filosofar. Sí, señores, porque la filosofía, a pesar de los pesares, no muere porque el curso finalice y los estrategas la quiten de los currículos.

Hacía calor, de ese calor del bueno, contra el que no valen los aires acondicionados, ni las persianas de esparto y la hora del sol era la del mediodía, la del "huevo frito". Comíamos un plato de paella en el jardín.

Entre las mujeres y hombres del grupo reinaba la cordialidad, edades distintas conviviendo en aparente armonía, con procesos madurativos diversos, pluralidad de disciplinas, un montón de procedencias. Como la vida misma...

"Estamos en este punto, porque antes otros lo estuvieron " -dijo alguien de pronto - y el resto asintió con normalidad. "¿A que ton, entonces, no reconocer la labor de los que se nos adelantaron?. El recorrido es uno, los avances de todos. Somos como niños a hombros de gigantes (rememoraron).

Hace tiempo que la idea me hace guiños para que la verbalice: el por qué hemos perdido la capacidad de incorporarnos a los procesos puestos en marcha, en un falso sentimiento de innovación que intenta hundir sus raíces en un vacío absurdo. Como si antes nada hubiera existido.

Pues no parece justo, ni rentable, sabiendo cómo sabemos que la discriminación es una faceta inteligente de aprendizaje. De no diferenciar claramente a quien nos ayuda de quién no, proviene una falsa generalidad de los valores. Una falta objetiva de criterio y casi siempre una banalización de cuánto nos ha sucedido hasta aquí. Y así vamos, como país, como grupo, como especie. Que construímos sin consolidar. Sin agradecer.

En Extremadura ocurre: no se diferencia, en el aprecio, a quienes hacen un trabajo a favor de los intereses colectivos de los que, simplemente, pasaron por allí. Con lo que al final todo pareciera dar lo mismo. Las razones se apoyan sobre una cierta ignorancia de la historia e innumerables prejuicios de casta, clase social, influencia de poderes fácticos...

Las circunstancias particulares dominando la escena social y política. Y los caciques que en el mundo son, viviendo entre nosotros, sin caballo a la puerta, pero con igual mando en plaza. Mientras el llamado pueblo no reconozca su dependencia exagerada hacia ellos no llegará su mayoría de edad y nuestros hijos y nietos habrán de seguir buscando fuera lo que aquí no hallan. Así de simple.


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