¡Eh tú!

Pero cuando más confiado estaba, vuelve de nuevo.

¡Eh tú!, un susurro, como el movimiento de las hojas a lo lejos. ¡Eh tú!, un sonido claro, igual que cuando golpean el cristal las ramas. ¡Eh tú!, no puedo engañarme más lo he escuchado claro, muy claro.

Empiezo mi rutina de siempre. Saco los pies descalzos, tocan el suelo y su frío me produce una sensación helada. Me agacho lentamente, retrasando el máximo posible el momento, cojo aire, uno, dos tres, ¡mi cabeza por fin baja! Nada no hay nada, vacío debajo del colchón, miedo en mi interior.

Sé cuál es el paso siguiente, él.

Al igual que el camastro me aguarda tranquilo, sabe que iré. Las tablas separadas de la madera, me parecen los barrotes de una celda, mi propia cárcel de pánico maloliente a medida que me aproximo a ellas. Uno, dos tres, ¡acerco mi retina, intento vislumbrar alguna silueta, mi respiración sube y baja! Observo con las retinas bien abiertas, sólo hay ropa vieja muerta de risa. Camisas, pantalones, chaquetas, mirándome mientras emiten profundas carcajadas.

Queda el último escollo, mi horror se incrementa.

En la penumbra lo presiento, al igual que lo hacen mis dientes, mi piel, mis huesos, se convierten en papilla a cada paso que avanzo. Uno, dos, tres, cierro los ojos, no puedo, no puedo. Lo oigo claro, me llama:

         − ¡Eh tú!, sé que estás ahí no te escondas.

Quiero salir corriendo pero estoy paralizado, su voz me atrapa. ¡Valor necesito valor, despegar mis ojos y acabar de una vez con esto! Los desjunto suave y despacio, miro el espejo. ¡Eh tú!, me dice mi conciencia, mi propio reflejo, el insomnio de estas eternas noches, donde paso horror, pánico, miedo.
Y díganme, ¿les ha gustado el cuento?