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Opinión-Editorial
LA PUERTA DE TANNH?USER

La decadencia del Estado Moderno

20 de Junio | 12:02
La decadencia del Estado Moderno
La historia de la humanidad está construida a partir de los hechos y enseñanzas de algunos hombres privilegiados en esto del pensamiento

La gran mayoría pasamos por el viaje de la vida sin hacer mucho ruido, la justa para que sólo resuene nuestra existencia en las cercanías de nosotros mismos, de tal manera que cuando dejemos de resonar, nuestro paso quedará relegado al recuerdo de no más de dos generaciones con las que, en el mejor de los casos, coincidiremos. 

No obstante, tenemos la gran suerte de disfrutar, valorar y aprender del legado imperecedero y atemporal nacido de las ocurrencias, actos y reflexiones de los más grandes, aquellos que se atrevieron a ver más allá de las banalidades que emborrachan a los ojos empobrecidos de las masas; fueron hombres superiores que abrieron sus venas repletar de conocimiento para que todos los demás pudiéramos empaparnos de la sabiduría que solo ellos supieron y pudieron mostrar.

Hay uno de estos seres extraordinarios que me fascina; escritor y pensador con un don especial para poner el acento en las cuestiones fundamentales, someterlas a una crítica despiadada pero fundamentada en un revisionismo historicista digna de elogio. Friedrich Nietzsche es EL HOMBRE, para mí una figura fundamental a la hora de  entender el mundo en sus diferentes perspectivas.

A él recurro constantemente cuando preciso encontrar respuestas a mis propias contradicciones, aquellas que me llevan de forma inexplicable a seguir la senda de lo políticamente correcto a sabiendas de que eso no me genera el más mínimo placer; a veces encuentro respuesta, otras muchas más dudas que otra cosa, aunque siempre un espacio para la reflexión más íntima y personal, alejada de cualquier dogma fundamentalista que secuestre mi propia voluntad de ser libre en mi manera de pensar.

En esas estamos por ejemplo en la cuestión política, el motor de los Estados Democráticos, algo que actualmente se encuentra en los más bajos niveles de mis consideraciones. Nuevamente, es en la propia obra del prusiano donde encuentro la luz (demasiada quizás) con la que  alumbrar mi propia visión de la realidad en este asunto.

Si tomamos en consideración las disertaciones de Nietzsche, la clave de esta putrefacción que parece afectar al Ente sobre el que se organiza nuestra “sociedad civilizada”, la debemos encontrar en una cuestión meramente evolutiva: realmente,  es  la auténtica consecuencia de la degeneración misma de una criatura llena de imperfecciones que acabará sucumbiendo a sus propias deficiencias.

Analicemos con un cierto detalle en qué basa sus argumentos para denostar de una forma tan agresiva a ese invento nacido de los restos del  feudadalismo allá por los siglos XIV y XV, y que según el filósofo alemán, deberá ser superado por los hombres superiores que han de venir.

Nietzsche se consideró así mismo como un hombre anti-Estado en cualquiera de sus manifestaciones. Esto pone de manifiesto el error tan grande que se comete al asociarlo a los regímenes autoritarios como el nazismo, y que se explica por la filiación de su hermana al partido de extrema-derecha y la proclamación de ideólogo oficial del régimen por parte de las élites del Estado Nazionalsocialista alemán. Su visión está realmente en las antípodas de todo esto,  algo que no dudó en proclamar a largo de muchos pasajes de su dilatada obra. Precisamente, en su afamado “Así habló Zaratustra”, hablaba sobre el Ente al que Hobbes se refirió como Leviatán, como “el perro humeante” o  “al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y esta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo” (...) Pues él, el Estado, quiere ser a toda costa el animal más importante en la tierra; y también esto se lo cree la tierra”. Lo describe también como “el gran mentiroso y ladrón. El Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal: y diga lo que diga, miente —y posea lo que posea, lo ha robado. Falso es todo en él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas.”

¿Pero a qué se debe esta animadversión?

Nietzsche entiende que el Estado Moderno se construye a partir de una serie de principios fundamentales que tienen como único objetivo servir para perpetuarse así mismo, olvidándose por completo de los individuos que forman parte de él.

En primer lugar el Estado se quiere embadurnar de un mensaje que no deja de ser más que una falacia, y es el hecho de que el Gobierno y el Pueblo son un todo: realmente para Nietzsche éstas son dos esferas totalmente opuestas con disparidad de fuerzas, y este hecho es la esencia misma de la organización jerarquizada que se establece en los Estados modernos. 

El filósofo alemán sostiene que entre ambos componentes se define una relación  que se asemeja a la de un profesor y alumno, amo criado, padre y familia, jefe y soldado o patrón y aprendiz. Nunca habrá por lo tanto una comunión perfecta entre estos dos eslabones, y por lo tanto, siempre existirán fricciones que acabarán degenerando en tensiones drásticas que pueden llevar a romper “el contrato” entre ambas partes. Habrá por lo tanto siempre una sensación de desafección y lejanía acrecentada por la propia maquinaria de Estado, a la cuál le interesa que esto sea así, a pesar de que venda lo contrario.

Si analizamos algunos de los hechos que han acontecido en los últimos tiempos en nuestra realidad más cercana, podemos comprobar esta verdad de forma inapelable. Hablemos por ejemplo de la fórmula del gobierno  a golpe de decreto gracias a las ventajas que dan las mayorías absolutas, los acuerdos parlamentarios sobre asuntos de interés relevante sin consultar a la ciudadanía (con modificación de la carta magna inclusive, nada más y nada menos),  o  la falta de información que justifique las políticas llevadas a cabo. El gobierno se convierte así en una torre de marfil inalcanzable por el pueblo. Pero no nos engañemos, esta manera de proceder no es de ahora, ya que siempre ha sido así con un mayor o menos grado de evidencia.

Esta actitud paternalista se “oficializa” desde el propio modelo de Estado Democrático Moderno, basado en la elección de los representantes a partir del sagrado acto de la entrega del voto, lo que sirve para “mercantilizar” el proceso (se habla de contrato social), algo que para Nietzsche es absolutamente perverso.

Desde el propio Estado se “educa” a la ciudadanía (según Nietzsche, se “oscurece” al pueblo más que otra cosa) a este proceso en el que debemos entregar nuestra propia voluntad (una de las  virtudes más preciadas del ser humano a ojos del prusiano) a personas a las que ni conocemos, y que por ejemplo en nuestro modelo de elección, ni tan siquiera podemos elegir directamente puesto que son las siglas las que lo hacen por nosotros. El mensaje que interiorizamos es el de aceptar las decisiones que  tomen los “Hombres de Estado” sobre los que siempre ha descansado un Áurea celestial que los encumbraba a un nivel superior próximo al de las deidades.

Para Nietzsche, esto no es más que la consecuencia de la integración de los principios éticos y morales religiosos en nuestra cultura, de tal manera, que el pueblo elige a sus representantes otorgándoles una fe y una esperanza ciegas tal y como ocurre en la religión.

Pero según el filósofo alemán, el papel que se le  otorga a las instituciones religiosas dentro de los Estados Modernos va más allá de la herencia cultural; el Estado necesita de la Religión tanto como la Religión necesita del Estado, y de ahí que ambas entidades se preservan mutuamente.

La Religión a ojos de Nietzsche es utilizada por el Estado para dirigir las conductas de la ciudadanía hacia un comportamiento correcto según sus propios intereses, y eso facilita su modus operandi.

Hay que recordar que todas estas reflexiones las realiza en un período histórico concreto, alejado más de doscientos años de la actualidad, además en un contexto social específico.

No obstante, es reseñable decir que  estas cuestiones referidas a la relación Estado-Religión (en nuestro caso la Iglesia Católica) se mantienen intactas en nuestro país, algo que no es tan marcado en otros Estados laicos de nuestro entorno. En España, es más que evidente la importancia que tiene la iglesia católica en la estructura de Estado, con una influencia notable incluso en el campo político de forma directa.  

Mención a parte debemos hacer con el asunto de los “hombres de estado”, del cuál diserta el genial filósofo alemán de una forma admirable. Precisamente, uno de los grandes problemas que han llevado al Estado Moderno a sufrir esta crisis de identidad es el descrédito de estos representantes del pueblo, y ahí tiene mucho que ver la corrupción y las actitudes partidistas y alejadas del interés popular por parte de todos ellos. Nos sentimos traicionados y eso nos aleja del Estado. 

Precisamente Nietzsche augura el fin del Estado Moderno cuando desaparezcan los valores éticos y morales venidos del pensamiento religioso y que nos unen a él, es decir, la fe y la esperanza, cosa que se va extendiendo como una pandemia por las sociedades occidentales, incluyendo la nuestra claro está. No obstante, preconiza un nuevo Estado nacido de las cenizas de este, aunque advierte de la necesidad de que existan unas semillas sólidas sobre el que poder construirlo el nuevo futuro. La duda ahora está en saber si realmente se dan esos mimbres necesarios para el nuevo orden que se atisba en el horizonte.

Esperemos que así sea, porque hasta ahora, Nietzsche siempre ha tenido razón en todo lo que ha planteado.

 



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