En el año 1302, Roger de Flor pactaba con Andrónico II Paleólogo, emperador de Bizancio, un acuerdo por el cual ambos salían gratamente beneficiados. Bizancio necesitaba tropas urgentemente para proteger sus muros contra el inminente avance turco, y Roger de Flor, junto con sus almogávares, conseguía a cambio de sus servicios una pequeña fortuna, además de ser nombrado megaduque y conseguir en matrimonio a la princesa María, hija de Irene, hermana de Andrónico.
Desde luego la imagen de los almogávares sorprendió a propios y extraños cuando hicieron su entrada en Bizancio… menuda tropa de desaliñados. Claro, esto pensaron los bizantinos hasta que los vieron entrar en acción.
Pero sobre Roger de Flor y sus correrías por tierras bizantinas hablaremos en otro momento.
Ha quedado más que claro que el aspecto de estos duros montañeses no era nada sofisticado. Calzas de cuero, zamarra de piel, una simple redecilla metálica o de cuero a modo de gorro, su lanza corta, conocida como azcona, y su temible y mortífero cuchillo largo conocido como colirtrell, componían el escaso ajuar almogaver. Si a esto añadimos su “desperta ferro” que gritaban frenéticamente mientras chocaban sus cuchillos contra sus escudos y piedras provocando una nube de polvo y chispas, podemos hacernos una somera idea de lo que pensarían sus enemigos cuando vieran a semejante tropa de salvajes. ¿Qué os diré? decía Muntaner en sus crónicas…
Pues sí, los almogávares iban a la suya.
El 9 de octubre se conmemora la toma de la ciudad de Valencia por parte de las tropas de Jaime I, el rey Conquistador, el rey Templario. Y como no podía ser de otra forma, los almogávares formaban parte de esta mesnada victoriosa… aunque eso sí, los almogávares, como siempre, a la suya.
Tan a la suya iban estos ilustres montañeses, que hasta el propio rey recogió sus anécdotas con estos entrañables y simpáticos personajes en sus crónicas.
Resulta que una vez acampado el Conquistador a algo más de medía legua de los muros de Valencia, las tropas musulmanas salieron en tropel de la ciudad a presentar batalla a los cristianos. Jaime I, cauto donde los haya, ordenó a sus tropas que no entablaran combate y que aguantaran sus posiciones, en espera del resto de las tropas que estaban por llegar… ¿qué pensarían de esto los almogávares?
Al final los musulmanes volvieron a la ciudad sin conseguir entablar batalla… y los almogávares aguantando el tirón. Pero claro, aguante estos tenían poco, así que a la mañana siguiente, estos simpáticos señores, sin contar con nadie, ni siquiera con el Conquistador, se lanzaron a conquistar Valencia ellos solitos. Demasiado habían aguantado.
Ni cortos ni perezosos, con sus cuchillos y su “desperta ferro”, comenzaron a arrasar con todo lo que se encontraron por el arrabal de Ruzafa. Al verlos el rey Zayen, mandó a cuatrocientos caballeros y a más de mil infantes para intentar parar el ataque almogaver.
No, no. Los almogávares no se amedrentaron ni mucho menos al ver a tan magno ejército. ¡Mucho mejor!
A la vista de los acontecimientos, Jaime I ordenó a sus tropas que socorrieran a los almogávares, ya que temía que cayeran bajo el acero musulmán. Angelitos, como si no supieran defenderse solos los del desperta ferro.
Como resultado del aburrimiento almogaver, Jaime I pudo avanzar sus líneas hasta el arrabal de Ruzafa, donde los pocos musulmanes que no fueron troceados por estos simpáticos seguidores del polvo y las chispas, los colmaron de viandas y provisiones. ¿Qué os diré?
El 9 de octubre de 1238, hoy hace 778 años, Jaime I entraba victorioso en mi querida ciudad de Valencia, mientras el pendón real se alzaba y ondeaba en la conocida como torre del Temple.
Qué aburridas las conquistas sin almogávares…
