El Monstruo

Dormían juntos plácidamente, en la plenitud de su inocencia, sin miedo a nada y valientes en todo, aún no conocían al monstruo.

Carecía de nariz, pero aspiraba tus debilidades, tampoco boca, aun así, podía vaciar tu alma. Solamente, tenía un ojo para poder observar, como llevarte. Arrancar tu cuerpo de las entrañas de la tierra madre, convertirte en su esclavo y beber tu sangre. Gota a gota, despacio muy despacio. Te somete a su voluntad cuando más débil eres, en la fragilidad de tus sueños donde no hay resistencia, él sabe muy lo que hace.

- Venid aquí conmigo, ven que yo os espero.

- Deja que duerman tranquilos, aún son unos niños.

- Qué más da, no pueden escapar de lo inevitable.

- Marcha por donde viniste, aquí no eres bienvenido.

- Está bien me iré, no hay prisa, tarde o temprano serán míos, allí los aguardo...

Dormían plácidamente en su cama, dos angelitos tiernos. El fruto de la madre tierra, aún entero y sin ser exprimido. Sin miedo a nada, valientes en todo.

No saben que cada noche el monstruo observa. Están ajenos a que quiere robarles su infancia, la felicidad eterna. Les defiende a capa y espada el osito de los juegos, de su alegría e inocencia, mientras, el monstruo de la guerra pelea por llevárselos y cuando no lo consigue, les aguarda paciente para beber de su sangre, vaciar sus almas.