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Opinión-Editorial

La extrem(eñ)a tristeza de Álvarez Lencero

18 de Mayo | 12:34
La extrem(eñ)a tristeza de Álvarez Lencero
“Somos la llaga dura de los duros veranos
para empuñar las hoces en la paz o en la guerra”


Uno de los muchos rincones de Badajoz en los que me gusta perderme está dentro de una librería. Siempre que logro suficientes días libres como para hacer el largo viaje desde Barcelona, donde ahora resido, trato de acercarme a Universitas. Allí, detrás de uno de los mostradores cercanos a la entrada, está el tesoro: un par de estanterías repletas hasta el techo de libros sobre Extremadura. Es tan poco lo que nos enseñaron en el colegio sobre nosotros mismos que es necesario hacer una labor casi de coleccionista para acceder a los hombres y mujeres que escribieron sobre nosotros, nuestra cultura e historia, hablas y lenguas, canciones y mitos. Se trata de uno de los eternos problemas de nuestra tierra: nos ponen muchas ventanas para hacernos mirar hacia fuera pero ningún espejo con el que poder conocernos mejor.

La última vez fui buscando uno de estos espejos. La 'Antología Poética' de Luis Álvarez Lencero (Universitas Editorial, 1980) es una selección de poemas -hecha por el mismo autor tres años antes de su muerte- que huele a migas y a chozo, a candil y a noche estrellada, a campo, a miseria y a rebeldía. Una radiografía bastante exacta del sentir extremeño durante el franquismo. Sumidos en una pobreza perpetua, paralizante, aplastados totalmente por la bota militar los potentísimos movimientos campesinos que hicieran la revolución agraria en los años 30, a los extremeños les quedaban ya sólo la tristeza y el consuelo de dios. De la esperanza de que hubiera tierra para todos a principios de siglo a cuarenta años de nada. Es en esta Extremadura donde Lencero sufre y escribe al “amigo dios”, el “señor de los caminos / donde se pudre el hambre”. Un dios “Señor de la alegría / y Señor de las penas” ante el que el orden de las cosas es el que tiene que ser. Desesperanza. Una palabra que resume bien cuatro décadas.

La poesía de Lencero, uno de los grandes de la literatura contemporánea extremeña pero a la vez casi desconocido para la mayoría, está llena de imágenes potentes sobre nuestro campo, que él conoció muy bien. Fue pastor, herrero, carpintero de obra basta, mecánico de automóviles y de aviones, y su verso canta, sobre todo, al campesino: “Una culebra de sol / muerde el polvo de mi cuello / y va cortando la tierra / mi bisturí de labriego”. Un campo sediento donde el hombre trabaja hasta la extenuación “sobre el surco terrible del paisaje extremeño” mientras el hambre hace de tétrica música de fondo. La “pena campesina” de Lencero, hecha de “mendrugos de dolor”, representa muy bien esa pena extremeña de trabajadores sin tierra. De este modo, “cuando el pueblo se arrastra y lleva sobre / su triste cuello al palabra a-m-o”, escribía Lencero en los años 60, “sólo queda morirse como un perro / rabiosamente por el pus del campo / ladrando hasta que Dios se nos despierte / y empuñe su paciencia como un látigo”. Miseria, desesperanza, y un dios al que agarrarse como consuelo. De esta época estremece su duro poema al “muchacho campesino”.

Lencero conserva su pena hasta su muerte pero su poesía va cambiando poco a poco, desde la resignación amarga hasta la rebeldía. En 1971 se edita su poemario 'Juan Pueblo', que contiene una fuerza inédita hasta el momento: “Amo con rabia al pueblo. Y lo levanto / con fuerte dentadura, hasta su sitio. / Mi tuétano extremeño se rebela / contra la pena, y más: la desafío”. Él se define de este modo: “En Badajoz y obrero. Canto ronco, / llamándole al pan, pan, y al vino, vino”. En estos versos el problema social estalla ya en toda su crudeza y apunta a la extrema desigualdad que se vivía en Extremadura. “Yo hablaba con las encinas. / Fui pasto del abandono. / Y el amo tenía un caballo / y dos espuelas de oro”, escribe. E identifica los instrumentos de los poderosos para, en lugar de traer justicia, apaciguar los ánimos: “Y soy pobre y tengo siempre / la santa culpa de todo; / pero eso sí, la limosna / me cura de ser rabioso”. ¿Nos suena de algo? De esta época son poesías descarnadas y de gran potencia como 'Juana Libertad', 'Juan Niño' o 'Juan Asco', en la que un campesino clama: “No quiero decirle yo / lo que me da que pensar / de ver su tripa engordar / con lo que usted me robó”.

En este poemario está también una de sus piezas más famosas, la de 'Los parados', donde se condensa el cambio de pensamiento de Lencero con toda su fuerza. Los jornaleros están en la plaza, sin nada que hacer, dispuestos “a vender los sudores / por jornales baratos”, mientras el eterno emigrante extremeño se va “con la maleta al hombro, / como un fusil ansiado”. Esta última idea se repite en poemas como 'Con la maleta se iba', en el que un emigrante se marchaba del pueblo mientras “se acordaba del surco / que hizo con su arado. / Cuánto trigo en la era. / El trigo de su amo”. ¿Por qué en la escuela no nos enseñan los poemas de Lencero cuando tanto podemos reconocer en ellos historias de nuestros abuelos? No es un poeta menor, sino uno de los que integran – junto a Pacheco y Valhondo- la “'sagrada tríada' animadora durante muchos lustros de nuestra geografía poética”, tal y como escribía Manuel Pellecín. Y conocer nuestro pasado no es baladí: nos ayuda a entender el presente, a comprender por qué en un 85% de los municipios extremeños hay menos de 500 habitantes de entre 15 y 29 años -tendencia que va a más-, por qué el año pasado logramos el triste “honor” de ser la cuarta región de la UE con más paro (29'8%), por qué seguimos siendo una región tan rica en recursos y a la vez tan pobre. Conocer a Lencero, asomarse a nuestros espejos, nos cura de creer que el insostenible modelo económico extremeño se ha arreglado. Y pensar por qué tantos nos vemos obligados a mirar a Extremadura desde la distancia. Y nos hace volver a mirar a la tierra, y preguntarnos por qué sigue habiendo terratenientes en pleno siglo XXI.





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