Es lo que tienen las comuniones, que el discurso del cura suele ser más largo de lo normal. Ven la iglesia llena y se vienen arriba. Suelen utilizar metáforas, y especialmente para los niños algún cuento con moraleja. Escucho a uno que les dice, después de una hora de misa, que él es “un médico del alma”. Y me hace pensar en competencia desleal.
No tenemos bastante con los profesionales que no saben de psicología pero parece que sí, como médicos, fisioterapeutas o podólogos, ni con los que ni siquiera son profesionales pero se lo creen, como curanderos, brujas, acupuntores, adivinadores o todo el conjunto de las mal llamadas terapias alternativas, ni con toda la lista de antidepresivos que ya está demostrado que no sirven para nada pero la gente sigue tomando. Resulta que los sacerdotes también.
Ser creyente proporciona una determinada visión del mundo, una manera de interpretar las cosas. Pero no garantiza más felicidad, ni más capacidad para resolver dificultades. Más bien al contrario. El macroestudio de la Universidad de Rochester Northeastern del 2013, donde se analizaban 63 estudios diferentes, concluye claramente que los ateos y agnósticos son más inteligentes que los creyentes. Aunque eso da igual, a terapia acuden personas de todo tipo, creyentes y ateos, inteligentes y torpes, altos y bajos, de derechas o de izquierdas.
Porque los problemas psicológicos los padecemos todos en mayor o menor medida, y porque cada vez es más natural ir al psicólogo seas quien seas. Supongo que hablar con un sacerdote puede aclararte algún aspecto puramente espiritual, pero no mejorará tu bienestar psicológico si tienes alguna preocupación. Si eso fuera así la psicología no hubiera sido necesaria nunca. Además acudir a una persona que tiene como misión convencer a la gente de que sea creyente hará que sus consejos vayan encaminados a tal fin, más que a buscar tu felicidad independientemente de tus creencias.
Porque eso de atender a todo el mundo es precisamente lo que más me gusta de esta profesión. Nunca juzgamos, no es nuestra competencia. Entendemos a todo el mundo y ayudamos a la gente a que sea más feliz con sus creencias, con sus valores, con sus ideas. Y lo que hacemos funciona porque ha sido demostrado, no por ciencia infusa. Así que, si alguien tiene un conflicto religioso que acuda a un sacerdote, pero si se siente mal y quiere sentirse mejor que acuda a un psicólogo. Y eso sí, a uno serio, porque lamentablemente también en nuestra profesión hay licenciados en psicología que no son ni serán nunca psicólogos.
Sí, porque también muchos psicólogos han entrado en ese juego más espiritual que terapéutico, y se han puesto a realizar prácticas de todo tipo buscando el bienestar de las personas (o el suyo propio en muchos casos). Como ejemplo los practicantes de reiki, bioneuroemoción, constelaciones familiares, o cualquier otra terapia que utilice la palabra energía en su definición. Energía que ningún físico del mundo ha descubierto todavía, claro. Eso sí, son todos muy amables. Y la gente va por eso, igual que la gente se cambia de médico porque “este me trata mejor”, lo que no significa en absoluto que sea mejor médico. Lo sorprendente es la cantidad de mal llamadas terapias que no dejan de aparecer, cuando lo que debemos hacer es mejorar lo que ya está demostrado que funciona.
Recuerden cuando necesiten un profesional que el bueno es el que hace bien lo que otros ya han demostrado que es eficaz. Y que hacer psicoterapia no es dar consejos ni palmaditas en el hombro. Eso lo hace cualquiera, incluso un cura.
