Año nuevo, vida nueva. Eso dice mucha gente aunque la mayoría seguirá exactamente igual. Y es que esto de cambiar de año no significa nada a no ser que realmente creamos que significa algo.
Es habitual en estas fechas planificar o dar comienzo a actividades planificadas últimamente. Apuntarse a inglés, a un gimnasio, empezar una colección, dejar de fumar, etc. Podemos comprobar cómo en la publicidad televisiva nos invaden con anuncios sobre colecciones de todos los gustos. Las editoriales que promocionan estos productos (porque suelen ser editoriales), lanzan una oferta de lanzamiento para el primer número, sabiendo que la mayoría de la gente no comprará más. Y es que los propósitos la mayoría de las veces no son más que eso, propósitos.
Es importante planificar y poner fechas a las cosas. Y a eso nos ayudan determinadas fechas que tienen una carga emocional importante, como nuestro cumpleaños, la vuelta de la vacaciones o el comienzo de un año. El simbolismo de las fechas es algo que hemos utilizado durante toda la historia. Incluso en la prehistoria, los solsticios ya eran importantes. Tenemos una hermosa prueba de ello en el dolmen de Huerta Montero, en Almendralejo, donde se produce un hermoso fenómeno de luces en el solsticio de invierno. Quienes lo hicieron convirtieron ese momento en algo importante, y seguramente les sirvió para cargar energías o embarcarse en nuevas aventuras para sobrevivir.
Todo el mundo tiene fechas importantes en la cabeza, o porque les pasó algo ese día, o porque simbolizan alguna cosa. La gente compra décimos de lotería con un número que coincide con una fecha. Le ponemos la clave de la tarjeta nuestro fecha de nacimiento (luego algunos se sorprenden de que el ladrón adivinara el número), y si damos un paseo por el campo encontraremos algún árbol con un corazón pintado en pleno enamoramiento adolescente de una pareja con las iniciales y una fecha.
Sí, la fecha es importante, pero sólo si la creemos importante. Si no, será un día más, como cualquier otro. Si quiero dejar de fumar, ayudará tener una fecha, y ayudará que sea a primero de año si realmente me lo creo. La fecha en sí mismo está vacía de significado, somos nosotros quienes se lo damos. Y la mayoría de las veces las proposiciones fracasan porque lo importante no era la fecha, ni siquiera era importante iniciar algo. Lo importante era continuarlo. Lo importante es el resto de los días.
Estoy seguro de que este año comiendo uvas mientras nos acercábamos al televisor para ver más de cerca los encajes de la Pedroche, muchos hemos hecho propósitos que no servirán para nada. Se me ocurre que las televisiones podían utilizar el simbolismo de la nochevieja para cambiar costumbres antiguas y machistas. En lugar de mostrar hermosas mujeres mientras su caballeroso acompañante le habla como se hablaba hace un siglo (capa incluida), podían mostrar a personas que lo hagan bien sin ser maniquíes. Pero para cambiar algo hay que creérselo además de planificarlo. Y no es el caso.
Porque muchos de los propósitos no son realistas, no son creíbles, o no estamos convencidos. Quizá porque muchos de ellos tienen que ver con lo que se supone que hay que hacer, no con lo que realmente quiero hacer.
Los psicólogos sabemos que en enero aumentan las visitas a nuestros despachos. Es un buen momento para buscar ayuda profesional si la necesitamos. Y muchas veces lo que se va buscando precisamente es ayuda para planificar, dar un paso y seguir recorriendo el camino. Bienvenidas sean las uvas si ayudan a muchas personas a dar un primer paso, pero no olvidemos que el cambio depende de uno mismo, y no de lo que nos diga Ramón García con una copa de champán en la mano.
