Por su condición de plaza fuerte fronteriza Badajoz fue siempre una ciudad de componente poblacional muy variado y actividad social muy dinámica. En los momentos de situación bélica más crítica, que fueron muchos, los actores principales de la vida ciudadana eran los militares de su guarnición, en tanto que la población asumía un papel secundario.
La población civil, que solía ser la mitad, más o menos, de los diez mil habitantes que hasta mediados del siglo XIX habitaban la ciudad, ofrecía asimismo una estructura muy heterogénea compuesta por sectores rígidamente separados entre sí en sentido horizontal.
El eclesiástico, muy nutrido por los numerosos conventos y demás instituciones eclesiásticas existentes en la ciudad; el de los nobles, terratenientes y potentados de posición económica y social más relevantes; y finalmente el pueblo llano, sobre el que recaía el trabajo, el pago de impuestos y las cargas más onerosas.
Los tres divididos a su vez en sentido vertical en otros dos no menos diferenciados: el de los hombres y el de las mujeres. Los primeros como protagonistas casi exclusivos de la vida ciudadana. Los de las clases elevados dedicados al gobierno, la milicia, la vida política o social o la administración de sus propiedades. Los de la inferior aplicados en exclusiva al trabajo y el servicio como artesanos u obreros. Y las mujeres, con independencia de su categoría social, recluidas en casa aplicadas casi en exclusiva a la actividad doméstica y la crianza de la prole. O como mucho, en el caso de las más pudientes, quizá a una tímida actividad social de asistencia a la iglesia y la práctica de obras caritativas y asistenciales. Y en el de las menos favorecidas simplemente a intentar sobrevivir a la miseria.
El ambiente hacía muy difícil, pues, en el pasado, que las mujeres pudieran sobresalir en la sociedad. Pese a lo cual fueron muchas las que en Badajoz dejaron huella de su nombre en numerosas ocasiones por su papel relevante en diversos episodios. Como cuando en el siglo XIII, capitaneadas por Mari Domingo, “la Bejarana”, se atrincheraron en el castillo para defender sus derechos contra el rey Sancho IV. O a mediados del XVII para impedir la entrega de Badajoz a los portugueses que lo cerbacan por parte de unos traidores. O poco después, de mano de María “la Sanginesa” para salvar a la población de saltar por los aires ante el peligro de explosión de los polvorines de la plaza. O a principios del XVIII acudiendo a las murallas junto a los hombres para resistir el asalto de quienes intentaban tomarla. O en 1808, cuando el disparo de un cañón por María Cambero, “La Mariona”, desencadenó el levantamiento de la ciudad contra el invasor francés. O en 1908, con el llamado “Motín del pan” contra la carestía de subsistencias y la falta de trabajo …
La historia de Badajoz, tan rica en episodios memorables, está jalonada, pues, de no solo de nombres masculinos, sino también de muchas y muy singulares mujeres que en su época dieron nombre a calles, plazas y otros lugares, y cuya memoria conservan las crónicas del pasado.
